viernes, 27 de noviembre de 2009

SANTOS OFICIALES Y SANTOS POPULARES


Para la Iglesia Católica una persona es santa cuando ha alcanzado la gloria y así lo determina una sentencia solemne del Romano Pontífice. Se trata de un largo y minucioso procedimiento exclusivamente reservado a la Santa Sede y que se conoce como canonización. El elemento fundamental para que la Iglesia proceda son los milagros y la Congregación para la Causa de los Santos integrada por Cardenales, Arzobispos, Obispos y numerosos especialistas son los que designarán venerables, beatos y finalmente santos.
Los Santos deben ser hombres y mujeres que, cinco años después de su muerte, permanezcan en la memoria de quienes los conocieron. Son aquellos que, habiendo abrazado la fe cristiana y recibido el bautismo, viven y mueren en Gracia de Dios. Esto implicaría ausencia de pecados mortales, aunque no de pecados veniales e imperfecciones.
En el Vaticano, la Congregación para la Causa de los Santos, integrada por veintitrés miembros de la alta jerarquía eclesiástica, más un promotor de la fe, seis relatores y setenta y un consultores (médicos de distintas especialidades, historiadores y canónicos) deberán estudiar científica y jurídicamente las pruebas sobrenaturales. Si los dos tercios de la Congregación lo avalan (el Papa da la última y definitiva palabra), el candidato se convierte en venerable. De comprobarse un milagro, en beato. Y si se demuestran dos milagros, el candidato es declarado santo.
Un santo es un modelo que Dios le ofrece a los hombres. En nuestro país hay un único santo, ningún beato y la iglesia local tiene 24 causas en marcha. De estos 24 Siervos de Dios, hay seis firmes candidatos: Ceferino Namuncura, la Madre Camila Rolón y el fraile José León Torres (ya declarados venerables); Mamerto Esquiú, el Cura Brochero y el empresario Enrique Shaw.
Pero, por otra parte, existen las canonizaciones populares que Susana Chertudi y Sara Newbery en su libro "La Difunta Correa" (1978) las definen como aquellas que tienen por objeto de culto personas que han sido santificadas por el pueblo, es decir, que en el proceso de canonización no ha intervenido la Iglesia Católica como institución. Félix Coluccio, por su parte, considera que "la religiosidad popular, no siempre respetuosa de la ortodoxia romana, suele canonizar de hecho a personas reales e incluso imaginarias, a las que la tradición oral adjudica la realización de verdaderos milagros. La Iglesia, desde luego, reprobó siempre estos hechos". Pero el problema es complejo, "lo que frecuentemente se designa como superstición es una auténtica manifestación religiosa" (Coluccio 1995).
Para un creyente no existe diferencia entre los santos oficiales de la Iglesia Católica y los canonizados por él mismo. Todas son personas que hacen milagros, que interceden por él, que están cerca de Dios, que reciben ofrendas y a quienes se les hace promesas que hay que cumplir. La devoción se manifiesta de la misma manera: se reza, se toca y se besan las imágenes milagrosas; se realizan peregrinaciones hasta el lugar donde están enterrados los restos, se encienden velas, se llevan flores, se dejan exvotos y se cumplen promesas tales como subir de rodillas las escaleras del lugar sagrado.
La diferencia entre el culto que se rinde a los santos oficiales y a los populares reside que el primero se manifiesta a través de reuniones tanto de tipo espiritual como social como ocurre en la fiesta de San Roque en la ciudad de San José (Catamarca) o para el 8 de diciembre, día de la Virgen, en Fuerte Quemado (Catamarca). La gente abandona su rutina diaria, asiste a Misa, participa de procesiones organizadas y luego acude a la feria donde puede adquirir comidas y bebidas regionales, artesanías, y cantar y bailar hasta el amanecer.
Por su parte, la veneración tributada a los santos populares es más individual que social. Es un culto de promesas, de visitas solitarias al santuario o cementerio donde se encuentra enterrado. En general no presentan demostraciones colectivas organizadas aunque existen días de mayor concurrencia como la fecha de nacimiento o muerte del santo y el Día de Difuntos, y se observa una mayor necesidad de dejar testimonio escrito de los favores recibidos a través de placas de agradecimiento.
Otra diferencia importante es que los Santos oficiales son gente que vivió distante en tiempo y espacio, con costumbres y creencias completamente distintas a quienes ahora los veneran y que rara vez conocen quiénes fueron realmente. Ni su vida ni sus obras ni las circunstancias de su muerte Un ejemplo de esto es que algunos fueron recreados, a veces sólo por sus imágenes y se los designó patrones y protectores sobre determinados elementos. Así en algunos lugares del Noroeste argentino San Antonio, de las llamas y San Ramón, de los burros.
En cambio, las personas canonizadas por el pueblo vivieron dentro de su marco geográfico, descienden de alguna familia del lugar, tuvieron sus mismos problemas, necesidades y angustias; eran como el hombre común pero diferenciándose por una aureola de santidad adquirida por el sufrimiento de una muerte violenta, por una vida sacrificada o por ser una víctima inocente.
Un aspecto importante para resaltar es que, para el creyente, no hay contradicción entre creer en un santo popular y continuar siendo un cristiano practicante. Se puede asistir a Misa, bautizar a sus hijos, confesarse, comulgar y honran a sus santos no oficiales junto a las imágenes de Cristo, la Virgen y los santos de la Iglesia.

No hay comentarios: